El tio rebelde
El tío rebelde
En la plaza del pueblo todo el mundo hablaba de lo mismo.
Habían aparecido dos momias en la casa del pastor canoso desaparecido de joven.
Durante los años de la guerra civil.
***
El timbre del portal abstrajo a Manuel de la pantalla de su
ordenador, no acababa de resultarle de su agrado el ultimo párrafo del libro
que le costaba finalizar.
_Abre cariño, puede que sea el chiquillo, Manuel se dirigió a
su mujer, recuerda que ayer nos dijo que vendría a visitarnos con el nieto.
Consuelo, no entendía que hacían un par de hombres frente a
su puerta con una pequeña cartera de bolsillo desplegada, en la que exhibían un
carnet junto a una pequeña placa metálica, que uno de ellos le mostró alzándola
sobre su asombrada cara.
_ Buenos días. ¡Guarda civil ¡El guardia más joven, con cara
amable y gafas sin montura se dirigió a Consuelo!
_ ¿Podemos pasar y hablar con ustedes?
Consuelo, extrañada ante tan inesperada visita, les invitó a pasar.
_Estos señores son de la guardia civil. Querían hablan con
nosotros, se dirigió a su marido.
Manuel se quitó las gafas, se levantó y extendió la mano
hacia ellos señalándoles los sillones del comedor.
_Acomódense, por favor.
El teniente, así se presentó el más joven, les invitó,
después de un somero preámbulo y unas superficiales explicaciones, a
acompañarlos al hospital para extraerles a ambos ADN.
_Tenemos una autorización del Juez, le mostró la misma al
progenitor de la familia, y este después de leerla se la alargo a su mujer.
_ Todo está relacionado con unas obras que están ustedes realizando
en la casa del pueblo. Hemos averiguado que era propiedad de su padre, se
dirigió a Manuel.
El matrimonio no se negó a tal prueba, aunque deseaban que se
les diese una explicación más detallada.
_ Después, en el pueblo lo haremos, les matizó el teniente, sobre
el terreno. No se preocupen ustedes.
***
En el pueblo, frente a la casa derruida donde había nacido
Manuel, al matrimonio todo les pareció una pesadilla. Le hicieron preguntas
relacionadas con su niñez. Pasaron varios días hasta que la juez les permitió a
Manuel y Consuelo abandonar el pueblo.
***
Las obras habían quedado paralizadas. A Consuelo, junto con la aquiescencia de su marido no les apetecía seguir con ellas, después de la historia que escucharon de Elvira, la única persona que había vivido los años de la guerra civil. Ella, todavía recordaba lo que había ocurrido en la casa. Después de tantos años, a esta mujer desdentada y rondando el centenar de años a sus espaldas, la memoria le seguía acompañando.
***
_Hola, ¿podíamos hablar con usted? Se dirigió con una sonrisa
sincera Manuel a la anciana
Sentada frente a una puerta pintada de azul azulina, ya
despotricada por la dejadez de su mantenimiento, Elvira se colocó el pañuelo
que le tapaba el pelo sobre su cabeza. Este se sostenía sobre sus hombros. Al
momento comenzó a quejarse frente al matrimonio.
_Cuando vivía mi marido la puerta y la fachada estaban
limpísimas. Las pintaba todos los años. Ahora yo no tengo ganas ni fuerzas para
hacerlo. Ya solo deseo ir a reunirme con mi Pepe. Saben; estuvimos más de
setenta años juntos. Y queriéndonos hasta que murió.
Pero siéntense. Son sillas antiguas, pero cómodas.
Manuel y Consuelo tomaron asiento en
unas sillas bajas de asiento de enea, frente a Elvira. Junto a la fachada blanca
y su puerta azul, de una calle estrecha y tranquila.
_ Le dije lo mismo a los guardias civiles que me preguntaron,
prosiguió la nonagenaria.
-Tu tío, el hermano de tu padre, fijó sus ojos cansados en
Manuel, ya de joven tenía el pelo canoso. Le decían el pastor rebelde. Era muy contrario
al bando que se estaba acercando al pueblo. En pocos meses quedaría rodeado, y todo
el mundo temía que si lo pillaban se lo llevarían preso o lo fusilarían. Mis
dos hermanos, eran muy amigos de tu tío y tan subversivos como él. Los tres,
por si no lo sabéis eran pastores. Siempre se estaban quejando del dueño: “este cabrón nos explota, decían a cada
momento”.
En el pueblo se escuchaban habladurías, de que tu tío
Arcadio, así se llamaba, al comienzo de la guerra, empezó a construir un
pequeño habitáculo, en el chamizo donde guardaba las ovejas. Una pequeña
trampilla disimulaba con paja la entrada. Se podrían esconder varias personas
si fuera necesario. Lo ocultó levantando un doble muro de piedras. Pero nunca
nadie vimos el escondite. Pero como les digo solo eran habladurías, insistió
Elvira.
***
_ “Ya he tomado precauciones, por si llegan malos tiempos”. Alardeaba
de continuo tu tío, en la taberna del pueblo.
_ “El Arcadio es listo
reían mis hermanos, cuando nos juntábamos todos a comer”. Pero nunca nos
decían el porqué.
_Y llegaron: las tropas e invadieron el pueblo, prosiguió la vieja.
_” Ni se os ocurra
salir. Yo os tendré informados. Os traeré lo necesario para que no os moráis de
hambre”.
El pastor rebelde acto seguido cerró la trampilla que daba
acceso al escondite. Y se echó al monte.
***
La testigo de aquellos años, Elvira, se sacó un pañuelo de la
faltriquera y se sonó su aguileña nariz.
_Mis hermanos, unos días antes de entrar los soldados al
pueblo también desaparecieron. Todos creíamos que habían huido. No volvimos a
saber nada. Mis padres murieron sin volver a verlos. Yo, siempre creí que algún
día aparecerían. Pero nunca acaeció.
_Ahora sé que tu tío escondió a mis hermanos detrás del doble
muro que había hecho en el refugio de las ovejas. Pero en aquellos años nadie
en el pueblo sospechó. Además, la casa quedo hecha escombros. Tu tío durante el
tiempo que siguió en libertad, les llevaría comida. Se comentaba por el pueblo.
Pero lo detuvieron y no volvió más por aquí.
_ Hace unos días, prosiguió Elvira, se presentó la guardia civil
en el pueblo. Habían aparecido unos huesos en las obras que estáis haciendo en
la casa de tus padres.
La anciana volvió a restregarse con su arrugado pañuelo unas lágrimas
que volvieron de nuevo a recorrerle su ajado rostro. Se sonó su dilatada y roja
nariz. Se guardó el pañuelo en la manga y continuó.
_Les pregunté a los guardias que como podía saber yo si los
huesos que habían aparecido en la casa de tus padres podían ser de mis hermanos.
_ Si nos permite usted que le extraigan unas gotitas de sangre,
harán unas pruebas de no sé qué me dijeron, y se lo podremos confirmar.
La anciana se llevó el pañuelo arrugado a su rostro, y de forma
estruendosa se sonó su quebrada nariz.
-Hace unos días los guardias volvieron por el pueblo y me han
dicho que las pruebas han confirmado que los huesos eran de mis hermanos. Ahora
sé que no se atrevieron a salir del escondite que hizo tu tío y allí murieron.
_ Y esa es la historia hijos míos.
***
Una noche, frente al ordenador, Manuel decidió que volvería
al pueblo, pero no para terminar la casa, que ya estaba decidido a no
continuar, sino para indagar más sobre su tío, el pastor rebelde, del que nunca
le hablo su padre y sobre las momias que de continuo le quitaban el sueño.
Puede que algún día escribiera una historia.
Manu & Willy
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